Ulcerate – Stare Into Death and Be Still

Ulcerate – Stare Into Death and Be Still

Si hay algo que sabemos con certeza del death metal, es que su fuerte no es la sutileza. Por lo mismo, es un estilo que amplifica (queriéndolo o no o, tal vez más importante, sabiéndolo o no) los sabores, olores, texturas, dolores y colores. Es una máquina de expansión y no reducción, acelerando los BPMs y afilando las distorsiones a diestra y siniestra.

En el espectro de neandertales caníbales y psicocirujanos de la guitarra que dan vida al death, Ulcerate radica en la sombra de un valle inquietante que pocos grupos transitan con éxito. La mezcla a veces tóxica de las texturas post-metálicas del sludge atmosférico con la brutalidad angular del tech death fácilmente podrían corroer los pasajes más bellos o los riffs más brutales. 

Es más: uno bien podría argumentar que, desde el vamos, el atmo-sludge tiene metas si bien no opuestas, distantes a las del death metal; texturas atrapantes chocando con agresión fugaz y frenesíes ásperos. Y al mismo tiempo, Ulcerate lleva más de una década rechazando esa oposición.

Su argumento: una discografía que se ha ganado el respeto de más de un fanático del gore y los blastbeats. Yo mismo soy fan de Everything is Fire, la obra del 2009 que puso a la banda en los mapas más allá de Nueva Zelandia.

Sin embargo, al adentrarse más a fondo en su carrera, uno se percata de que los riffs desgarradores que estructuraron sus primeros trabajos poco a poco se han ido desdibujando, abriendo espacio en la tarima para más disonancia, atmósfera, emoción y, aunque me duela decirlo, confusión. Confusión, por lo menos, en la esfera más personal e íntima.

Saltemos a este año. Stare Into Death and Be Still (Debemur Morti Productions, 2020) es un éxito entre críticos y metaleros; destacan una atmósfera densa y riffs iguales partes laberínticos y dramáticos. Es un brebaje potente, sin duda. Pero, ¿hasta dónde pueden la disonancia y composiciones meticulosas acarrear el sonido del disco?

Ya lo dije: en el death metal, la sutileza se fue por la ventana. Y Ulcerate lo sabe bien: Mira a la muerte y quédate quieto. El nombre del disco, los títulos de cada tema y el arte de portada apuntan todos a la mayor de las catástrofes. Es la estética del apocalipsis lovecraftiano hecha disco. Y respetando el sentido de unidad, el sonido se va por el mismo camino. Todo bien hasta aquí.

La escala mosntruosa del sonido se hace evidente de inmediato. La banda nos da la bienvenida con “The Lifeless Advance”, un inicio explosivo que fija desde el minuto uno los matices mortecinos del disco. Pero así como muestra las fortaleza atmosféricas y temáticas de la obra, también nos da una pista de sus puntos débiles: ahogados en el torbellino de blast beats y guturales, encontramos riffs que parecen perdidos, que no saben a dónde van. Confundidos. 

Hablemos de lo bueno: es Ulcerate. La calidad musical, independiente de cualquier otro factor, es impecable. Los blast beats caen a los pies de Jamie Saint Merat con precisión; las vocales, aunque enterradas en la mezcla, son gruesas y sustanciosas. Y el bajo está en una constante lucha por llenar el vacío de riffs más potentes. 

La guitarra misma, si bien va en direcciones que no me encantan, es evidencia de que el death metal tiene y seguirá teniendo mucho para ofrecer: es audaz, tenaz y fugaz, con un toque de avant y atonalidad. Pero aunque a ratos efectiva, rara vez da suficiente volumen al sonido como para no sonar esquelético y desnutrido. Y si bien la introducción más post-metálica del primer tema puede ser un trabajo cautivante bajo las circunstancias correctas, esta carencia de carne, piel y potencia no es compensada con las texturas brillantes y el virtuosismo de los músicos.

Esta falencia se hace aún más evidente ni bien entrado el segundo tema, “Exhale the Ash”. Aquí, el protagonismo de la melodía por sobre los ritmos se hace notar, que en sí mismo no es bueno ni malo –solo “es”. El problema no es la presencia de riffs melódicos, sino el camino que toman. Es admirable la destreza con la que Hoggard crea disarmonías dramáticas entre este caos controlado. Es un rompecabezas que pocos guitarristas intentarían resolver. Lastimosamente, a medida que pasan los minutos, queda claro que esta obra estará plagada de más riffs perdidos.

Mientras tanto, las pausas dentro del tracklist son certeras y, a ratos, hermosas. “There is No Horizon” es un retrato en sepia de la belleza oculta en la muerte. Es un respiro muy bienvenido que a ratos sube la apuesta y cae en el post-rock más gótico (y, tal vez accidentalmente, melodramático). Más tarde, “Visceral Ends” también engendra un sonido cinemático netamente post-metal. Y como estos, hay más ejemplos.

Pero como dije: nada de eso parece ser suficiente para reavivar la llama que todo lo quemó en el pasado. Desde la brutalidad agobiante de Everything is Fire hasta la obra de la que hablamos hoy, algo se perdió.

Quiero ser claro: el sonido de la banda sigue siendo una mezcla de ferocidad, emoción y escalas cósmicas. Pero por lo mismo, tal vez se ha quedado enfrascada en la grandeza del sonido y la densidad de la atmósfera, olvidando lo que hizo sus trabajos pasados un deleite para aquellos que no les bastó con Gorguts. Me remito entonces a la pregunta previa: ¿hasta dónde pueden la disonancia y composiciones meticulosas acarrear el sonido del disco? Respuesta: hasta el fin del mundo. Lástima que el apocalipsis se haya quedado corto.

Calificación:

2.5/5
Bernie Baca