Zaphyre – Lifeforce

Zaphyre – Lifeforce

Lifeforce

Nada se pierde, todo se transforma.

Tan cierto para la química como para la electrónica, los últimos 15 años han visto una camada de jóvenes productores tornar sus oídos a los 90s, edad de oro de las raves. Revisitando los extasiados sonidos de la old-skool y el ‘ardkore, estos arqueólogos retro-fetichistas nos congregan alrededor del breakbeat para exclamar “amén” una vez más.

OK, pero “¿qué hay de nuevo en lo viejo?”, bien podría preguntarse el oyente, hastiado de timos revivalistas como el nu-disco de bajo calibre o la banda post-punk del mes que suena invariablemente como Joy Division. Y si bien es cierto que, como cabe esperar, los resultados son dispares –lo hay más y menos inspirados- en buena medida el revivalismo en la música de club ha sido… ¿Sorpresivamente satisfactorio?

Parte de la sensación de quiebre causada por los poetas del break de los 90s queda en el camino, sí. Pero, en los mejores casos, el nu-rave llega a compartir una porción de ese cielo hípersensorial al que el tune vieja escuela nos sabe llevar tan bien.

Alejados de una revisión literal estilo copy-paste, los productores más inspirados regresan a las bases del house, el techno y todo género bastardo entre medio con la intención de usarlos como punto de partida pero no un dogma. Es un continuum de cambios ligeros en el que las sutiles dislocaciones de la norma alcanzan algo que suena paradójicamente familiar, pero novedoso a la vez.

Con Where Were You In ’92? (2008) Zomby tomó el hardcore y le dio una capa de pintura dubstep, un update que contemporaneizaba sonidos con los que apenas había llegado a crecer. Machine Girl, por su parte, cultivan la parte más agresiva del revivalismo, bebiendo de la misma copa que Atari Teenage Riot pero agregando un toque personal. Y Lone, uno de los productores más versátiles de la camada, logra dotar sus breaks de un color y futurismo tan pulidos que llamarlo “nostálgico” suena estúpido, por más que sus tracks exuden 90s de cada uno de sus poros.

Zaphyre, quien debutó a principios de este año con Lifeforce (Syncope, 2020), es parte de esta gama de artistas que revisitan el breakbeat hardcore para aggiornarlo con nuevas técnicas de producción e influencias. En particular, su música tiene incluso varios puntos de contacto con la del previamente mencionado Lone, habitando los mismos espacios multicolor que el productor inglés exploró en discos como Galaxy Garden (2012).

Esto pone a Zaphyre en un lugar un tanto incómodo: su música se asemeja a los 90s, OK, perfecto; pero también a la de los que reviven a los 90s. Es indicativo de una cierta falta de personalidad distintiva, que apunta a un problema que bien podría crecer en la escena nu-rave a medida que sigue sumando adeptos. El sonido de la revisión, saludable y fresco hasta cierto punto, corre el riesgo de estandarizarse. ¿Qué hacer cuando el revival se vuelve predecible?

En cualquier caso, sería injusto achacarle problemas macro que conciernen a una corriente a un solo productor, nuevo a la escena, que está dando sus primeros pasos y tiene tiempo para crecer. Y si bien Lifeforce no extiende el lenguaje de los breaks modernos horizontalmente, conquistando nuevos terrenos, es un destilado funcional de las corrientes actuales del hardcore. A veces, no reinventar la rueda está más que bien.

“ghost”, primer tema de la placa, sienta las bases del sonido de Zaphyre: percusiones hardcore mezcladas con footwork moderno, sintetizadores etéreos y falsos finales que decantan en drops intensos. En particular, este último recurso de bajar un cambio de golpe para luego explotar en fuerza se repite a lo largo del álbum en varias ocasiones, demostrando quizás una cierta falta de imaginación a la hora de estructurar los tracks.

“luvshokk” es el más logrado de estos temas, alternando percusiones drum ‘n’ bass con voces glitcheadas que desembocan en un caótico crescendo del que emerge una línea de bajo acid. Es un corte ejemplar de cómo jugar con estructuras de intensidad y momentos de pausa, dinámico y cautivante. Pero, hacia el final del disco, el truco queda un poco gastado y uno empieza a desear que algunas composiciones se resuelvan de manera más creativa.

Sobre todo porque, cuando se lo propone, Lifeforce se aventura en terrenos bastante inusuales de los que sale bien parado. “phantasy juke”, punto alto del trabajo, descarta la estructura de drops en favor de percusiones que se disuelven en un océano ambient de sonidos lejanos. Y “幽霊のような“, otro experimento, conjuga un desorientador collage de samples de videojuegos, líneas vocales de rap y stabs de sintetizador que amenaza con quebrarse a cada segundo.

Es un álbum en el que las tensiones que implican los primeros pasos se hacen patentes: cierto apego a lugares comunes, algunos experimentos aislados y sonidos que de a momentos parecen prestados de un vocabulario ajeno y no de uno propio. La promesa –y el potencial– de que hay más por venir, sin embargo, no deja de flotar a todo minuto. Solo falta que la voz se aferre más a lo personal y no a lo compartido con el género.

3/5